Las estrechas y empedradas calles de su bellísimo casco antiguo, formado por los barrios de la judería y la Ajarquía poseen, además, un poder de evocación que cautiva desde el primer momento.
Basta con abrir los ojos del corazón para trasladarnos con la imaginación hasta el siglo X, la época del califato, cuando Córdoba era una de las ciudades más importantes del Occidente europeo y su mezquita, el emblema político y religioso de los califas.
La mezquita Aljama (o Mayor) es uno de los legados más importantes que los musulmanes, y más concretamente la dinastía de los omeyas, dejaron en España. Fue construida por orden de Abd-al-Rahmán I en el año 785 sobre el lugar que ocupara la antigua basílica visigoda de San Vicente. Cuarenta años más tarde Abd-el Rahmán II comenzó la primera de una serie de ampliaciones que culminaron bajo el reinado de Al-Hakam II, a quien se deben las obras más ambiciosas y las decoraciones más suntuosas del edificio. Además de la decoración del mirhab (nicho sagrado hacia donde miran los fieles cuando rezan) y la maxura(recinto reservado al califa), a esta ampliación corresponden la rica ornamentación de los techos o los asombrosos arcos polilobulados que se levantan sobre columnas finamente talladas en mármol de jaspe verde. La última ampliación se realizó a finales del siglo X, cuando Almanzor regía los destinos de Córdoba.
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